Los últimos días, desde el 4 de enero de este año, me parecen irreales, confusos, perdidos, nebulosos. Toda la tranquilidad, estabilidad, paz y nuevas rutinas se desvanecieron junto al último abrazo en ese estacionamiento.
El pasado volvío más intenso, más fuerte, más doloros y más perturbado que nunca, como el sueño que tuve hace meses:
Me encontraba con mis amigos de la Uni en un museo, mezcla entre la Casa Azul de Frida, El Castillo de Chapultepec y el Huerto del museo del Virreynato. La visita o el recorrido consistía en algo como "vean muebles y nada más". Alguien me sujetaba, me tomaba de la mano y me besaba. Giraba mi cabeza porque mis amigos, -nuestros conocidos- nos observaban a mi sujetador y a mí. Por instinto, por inercia, soltaba su mano. Tres de mis amigos, se acercaban, no falta hacía falta la presentación: todos nos conocíamos.
A lo lejos un pequeño ángel, se acercaba y con más razón soltaba su mano y me alejaba, ese ángel no podía ni debía verme con mi sujetador. En ese momento justo, mi sujetador me tomaba con más fuerza y ese ángel nos veía juntos. La presentación era formal.
La sensación del sueño, de no querer ocultarme a los ojos testigos. Meses después ese sueño, parece tener tintes de verdad, y dudo de mi misma y de que lo merezca.
Como todos los humanos de este planeta, suelo tratar de ser equilibrada y dar en la misma cantidad en que recibo. Pretendo siempre estar presente si me necesitan, aún cuando me hayan traicionado. He gritado, he gritado y vuelto a gritar que no "te dejaré ir", que "lo quiero cerca", que "te preferiría sin pasado" y a pesar de mis palabras, de mis ideas y despedidas, "te quedas". Lo peor es que no te dejo ir como dice ese refran: "ni picha, ni cacha, ni deja batear"; así estoy actuando con el que fue mi mejor amigo.
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